Durante una de mis largas caminatas por la ciudad me puse a pensar en cuántas de las cosas que tenemos hoy son fruto de proyectos, sueños o deseos que teníamos ayer. En el medio seguro tuvimos que trabajar y esforzarnos por eso, hasta que llega. Un nuevo trabajo, un título, una relación sana, un viaje, una familia, un negocio, un nuevo emprendimiento, superar la depresión, cambiar un hábito, pasar un examen, lo que sea.
Una vez que lo alcanzamos, lo internalizamos muy rápido. Se vuelve parte de nuestra rutina, del día a día. De lo que ya tenemos. Y es que así somos, nos adaptamos al cambio rápido. Y está bueno, porque es lo que ayuda a sobrevivir (superando lo malo) y a querer mejorar siempre (acostumbrándonos a lo bueno enseguida).
En economía, esto se resume en la ley de rendimientos decrecientes: si nunca fui a París, la primera vez que vea la torre Eiffel me voy a impresionar. La segunda vez también, la tercera vez quizás un poquito menos, y así… y si me mudo a París, justo enfrente de la Torre, luego de un tiempo se volverá algo tan usual que verla una vez más ya no me generará nada (o muy poco).
Sin embargo, está bueno hacer el ejercicio de detenernos un segundo a pensar en esto. Hacer un balance de lo que logramos, y tratar de disfrutarlo al máximo para no acostumbrarnos tan pronto. Recordarnos a nosotros mismos por qué estamos haciendo esto o aquello, o como alcanzamos lo otro, por más pequeño que parezca. ¿Qué fue lo que nos motivó en el proceso? ¿Cómo se sintió alcanzarlo?
En fin, era eso. ¿Pensás también en esto o soy la única loca? 😂 Te leo!
-A
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