Eran las 6 de la tarde de un domingo frío y húmedo de invierno en Nueva York. Esa semana las cosas no estaban saliendo como esperaba y, a riesgo de caer en un profundo malhumor, me quité el pijama, me puse el abrigo más calentito del vestidor, guardé el celular, los auriculares y la llave, y salí corriendo al tren.
Llegué a Manhattan sin un plan. Mientras caminaba por la 5ta Avenida desde la 42 hacia el sur, se me ocurrió: esta salida sería mi cita con Nueva York. ¿Por qué no? Puse una playlist que iba con mi humor y me dejé llevar sin rumbo, ansiosa por descubrir a dónde me llevaría la ciudad.


Después de varias cuadras llegué a Madison Square Park. Allí estaba el árbol de navidad poco ostentoso que instalan cada diciembre. Me detuve a sacarle fotos cuando noté que, a pocos pasos, había una pareja besándose como en una película de Hollywood, con el Empire State de fondo. «Deben estar en su primera cita», pensé, y me alejé para no interrumpir ese momento romántico. En mi playlist sonaba Love me like you do, pura casualidad.
Pocas cuadras más adelante, casi llegando a Washington Square Park, me crucé con un una persona caminando directo hacia mí. Enseguida me di cuenta de que me estaba hablando, así que de mala gana me saqué uno de los auriculares y «I SAID, I THINK YOU ARE BEAUTIFUL«, dijo. Me quedé en shock por un segundo y luego le contesté «thank you!«, con sinceridad. «I mean it, thank you!«, le grité, mientras se alejaba. Se dio vuelta, sonrió y siguió su camino. Yo también seguí el mío. Sonaba A Thousand Years en mi playlist y me di cuenta de que ese segundo «thank you» fue dirigido a la ciudad: la cita iba increíble.


El paseo continuó por The Village, donde me encontré con un montón de mesitas vacías en la calle, iluminadas por velas encendidas. Siguió en un inusual subte vacío desde West 4th hasta Rockefeller Center. Caminé entre las luces navideñas de la 6ta Avenida, disfruté el show de luces de Saks sin sacar fotos, y volví a la 5ta para emprender el regreso. En ese momento sonaba If the World Was Ending, mi nueva canción favorita.


De repente, me encontré con una caja llena de sombreros nuevos, con etiquetas. Elegí el que me parecía más bonito, recordando que apenas tres días atrás había decidido no comprar uno similar para ahorrar dinero. Sonreí murmurando «oh wow, NY«, y un extraño que pasaba me devolvió una gran sonrisa.
Llegué a Bryant Park. Tenía tiempo antes del próximo tren, así que me compré un chocolate caliente en el stand de Christmas in New York. A un lado se extendía la pista de hielo, en el centro brillaba el árbol de navidad y, al otro lado, la biblioteca pública estaba encendida a las 10 de la noche, dejando entrever el techo del Rose Reading Room en la distancia.


Minutos después llegué a una Grand Central casi vacía y tranquila, sin ejecutivos corriendo ni turistas obstaculizando el paso con sus fotos. Al mirar la hora en el icónico reloj de la sala principal, me encontré con esta escena. Una pareja con atuendo vintage besándose, apasionadamente, como salidos de una película de Hollywood. Cuánto amor en el aire, pensé.

¿Y ese chico en segundo plano de la foto está arrodillado a punto de declararle amor eterno a su novia? Bueno, hoy es San Valentín y esa historia encajaría perfectamente. Aunque quizás solo estaba buscando un buen ángulo para la foto (¿el equivalente moderno a una declaración de amor en la era de los selfies?). No lo sé. Tenía que irme.
Corrí hacia el tren, feliz. Sonaba Yellow de Coldplay.
Nueva York te la lo que le pidas, incluso romance. ¡Feliz San Valentín!
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